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Y es que no hay una frase más sencilla para resumir todo lo que escribiré a continuación.

Por suerte hay muchos estudios que demuestran los beneficios del contacto con la naturaleza para todas las edades pero la realidad es que esta práctica está en desuso. Hasta tenemos palabras para definirla, “déficit de naturaleza”, “desconexión de la naturaleza” o “solastalgia” que, de una manera u otra, vienen a hablarnos del problema de nuestra sociedad sobre el desarraigo y distanciamiento del medio ambiente que nos acoge y nos da la vida.

Diferentes disciplinas aportan sus resultados: la psicología, sobre las consecuencias a nivel emocional; la neurología, a nivel cognitivo y, la medicina, a nivel de la salud. Durante los diez años que llevo trabajando como educadora ambiental he sido espectadora de la ruptura de la sociedad con el medio natural, del desconocimiento extremo de cuestiones básicas y del sentimiento de “biofobia”. Me parece gravísimo.

Trabajo principalmente con lo que viene a ser un fiel reflejo de nuestra sociedad, los niños. Mi experiencia con ellos me lleva a hacer una clasificación en dos grupos muy diferentes, los que salen al campo y los que no.

Claramente, los que sí salen a ambientes fuera de la ciudad se sienten como en casa entre piedras, árboles, animales, subiendo y bajando cuestas (¡ojo! esto da para un estudio aparte). De repente esa niña o niño no se asusta de una avispa, distingue plantas como un tomillo o un romero, reconoce un petirrojo o una esparraguera silvestre y sabe que la tierra removida del suelo ha sido por acción de un jabalí. Fantástico, la verdad. Por lo general, sus madres/padres son biólog@s, ambientólog@s, geólog@s, montañer@, o, en definitiva, amantes de la naturaleza.

Pero la gran mayoría, resulta que no sale de la ciudad, no pisa terrenos montañosos, no sabe lo que es la picazón de una ortiga paseando por el campo, nunca ha descubierto un nido o jamás se ha llenado de barro hasta las orejas. No pasa el tiempo suficiente en la naturaleza para dejar que actúe su curiosidad innata de observar, descubrir y maravillarse de, al fin y al cabo, jugar en y con el medio natural.

Ese tiempo valioso en la naturaleza nos dota de numerosas habilidades: concentración, autodisciplina, coordinación física, equilibrio, agilidad, imaginación, ingenio, cooperación, observación, razonamiento y más paz interior. Y es que así dicho todo junto, parecería una exageración, pero creedme que realmente los niños tienen estas cualidades. Durante las actividades están tranquilos, disfrutando, con esa curiosidad que les hace encontrarlo todo a cada paso, no tienen prisa por terminar, comparten conocimiento con sus compañeros, te hacen miles de preguntas y da gusto conversar con ellos.

El tema de la motricidad me produce mucha inquietud, me quedo con los ojos como platos cuando veo niños de ocho o diez años que no saben bajar una cuesta ligeramente empinada. Es increíble cómo las niñas y niños han perdido la capacidad de desenvolverse en un descenso irregular. Se sienten totalmente inseguros, sin equilibrio, les tiemblan las piernas, por lo que necesitan una mano que les ayude. Ya hay estudios sobre la pérdida de motricidad en niños que han dejado de lado los juegos tradicionales como saltar a la comba, jugar a la goma o a pillar, subirse a los árboles, ya sea en un parque o en un bancal. Antes estábamos todo el día en la calle inventando todo tipo de juegos en contraposición a la dinámica que abunda hoy en día mucho más sedentaria, relacionada totalmente con el incremento de la obesidad en la sociedad española, por otra parte.

Estos niños que no acostumbran a estar en el campo, caminar y jugar en él, al realizar rutas y otras actividades están nerviosos, deseando terminar, prefieren el aula antes que la excursión, no se sientan en el suelo para almorzar y comentan sus ganas de irse a casa para jugar a la “tablet”. Incluso tuve un caso grave de fobia a la naturaleza en la que una niña realmente se sentía angustiada por estar en un entorno “sucio” y lloraba porque quería irse a su casa limpia y sin bichos. Acabó siendo cómico porque sus compañeras, para “ayudarla” le recordaban que los humanos somos animales y que venimos del mono. Tal afirmación le hacía llorar aún más del susto. Sinceramente, quedé impactada.

Hay que entender que estas actividades al aire libre van más allá de lo meramente físico o del conocimiento que puedan adquirir sobre medio ambiente. Las actividades en la naturaleza tiene beneficios directos. Se ponen a prueba reconociendo sus habilidades y sus limitaciones. Mejora su autoestima. Conectan consigo mismos, lo cual tiene un alto valor psicológico y emocional. El juego en la naturaleza les dota de un mejor aprendizaje a nivel cognitivo. Sus pulmones se abren, mejora la salud cardiovascular, se activa el sistema inmune, por poner algunos ejemplos.

Para terminar, contaré una anécdota que me marcó para siempre. Estando de monitora en el huerto escolar ecológico de un centro, tenía un niño muy “movidito” con muchos problemas en clase, rompía bastante las dinámicas y no colaboraba mucho. Un día mientras hacíamos algunas labores lancé una pregunta al aire la cual contestó rápida y correctamente. Yo, sorprendida, le dije “¡¡Muy bien!!” y él se quedó parado mirando al cielo y murmuró en voz alta “en clase no pienso, pero aquí sí”. Me quedé literalmente de piedra y pude ver más allá de que supiera el nombre de una planta o no, eso era lo de menos, lo que percibí fue una necesidad de movimiento y de autoestima muy fuerte. Es solo una anécdota, pero creo que refleja muy bien lo que trato de abordar. Este

es el panorama que nos encontramos las educadoras ambientales. Por eso, desde mi posición, no puedo dejar de recomendar salir a pasear a entornos naturales cerca de casa para disfrutar de todos sus beneficios, adultos, familias y jóvenes.

El placer de estar un día en la naturaleza, de sentirla, tocarla, olerla es una fiesta para todos los sentidos, que no se queda solo en lo físico o perceptible, va más allá, traspasa los sentidos influyendo en nuestro carácter y nuestra salud. Volver a casa con la sensación placentera de descanso, de soltar tensiones, y a la vez con energía y buena actitud.

De llenarte la mochila de recuerdos y experiencias que muchas serán inolvidables dejando una huella tanto en ti como en los tuyos. Además de conectarte, aunque sea un poco, con la naturaleza que nos da la vida.